El amod de Medceditas
Autor: David Barbero
«¿Pod qué no me quieden?»
UNO:
-Amá, mídame a los ojos. – dijo Merceditas, la joven discapacitada, a su madre – Quiedo salid con Kike y me quiedo casad. No digas no. Me has educado pada sed chica nodmal. He tabajado. mucho, mucho, mucho. Hablo como chica nodmal. Chicas nodmales de mi edad salen con chicos y se casan.
-Merceditas, tú …
-Hablo como chica nodmal. –interrumpió Merceditas con vehemencia – Soy chica nodmal. He cumplido veintiún años. ¡No digas no!
-Merceditas, tú eres una chica normal. Pero la sociedad no es normal. En Isla Pequeña, hay dos comunidades, el puerto y la ciudad. Están enfrentadas violentamente.
-Chicas nodmales salen con chico que quieden. – la joven cada vez estaba más nerviosa – Yo quiedo a Kike. ¡No digas no!
-En Isla pequeña, hay violencia. Hay atentados. Ponen bombas. A ti, te alcanzó una. No hay suficiente seguridad. Además, tú eres del puerto y Kike es de la ciudad.
-¡Amá, eso son tontedías! –gritó Merceditas – Yo soy chica nodmal. Nodmales no dicen esas tontedías. ¡No digas no!
-¡Merceditas! – afirmó la madre, exponiendo con fuerza su nueva decisión, mientras se limpiaba las lágrimas que le recorrían ya las mejillas – Saldrás con Kike. ¡Yo te lo prometo!
DOS:
Kike, enfermo también con un Síndrome Indefinido de Discapacidad Congénita, salió de su habitación con temor. Trató de no hacer ruido al cerrar la puerta. Caminó con cuidado hasta el salón, donde sus ancianos padres estaban viendo un programa de televisión. Carraspeó para que le hicieran caso.
-Esta noche viene Medceditas. – dijo el joven con gran nerviosismo.
-¿Para qué va a venir esta noche Merceditas? Sabes que no queremos aquí a esa chica. –contestó su padre, en un tono de reproche. – Vive en el puerto y su padre murió en un enfrentamiento.
-Tae a su made. Vienen a pedid pada salid juntos.
-Tú no tienes que salir con ella ni con nadie del puerto. ¡Vete!. Vuelve a tu habitación y no digas más tonterías.
Kike, mientras volvía hacia su habitación, se puso a llorar con sonoros sollozos. Le había estallado la tensión acumulada en la, para él complicada, operación de anunciar a sus padres la llegada de la que, con las luces de su discapacidad, consideraba su novia.
TRES:
-¡Amá! – volvió a insistir Merceditas tirando de la manga a su madre.
-¡Es que no me vas a dejar terminar!
-Si pades de Kike no aceptan, me tido al mad pod las docas.
-¡No digas más tonterías. Merceditas! –replicó la madre – Aunque no te acepten no hay motivo para tirarse al mar.
-Lo digo de veddad. ¡Me tido al mad! Kike, pada mí, es todo. Me tido pod el acantilado.
-¡No vuelvas decir eso ni en broma!
-¿Tú qué vas a haced, si me dechazan?
-Si te rechazan, les sacaré las tripas y se las echaré a los tiburones.
-¡Hablo en sedio, amá!
-Yo también hablo en serio. Si alguien te hace algún daño, te prometo que le sacaré las tripas de verdad. Nadie te va a hacer daño, mientras yo viva.
CUATRO:
Kike volvió a salir de su habitación. Esta vez no se preocupó de no hacer ruido. Tampoco cerró la puerta. Fue corriendo hasta el salón y se plantó delante de sus padres, que continuaban viendo el mismo programa en la televisión.
-¡Quiedo a Medceditas! –dijo el joven gritando de rabia con gran nerviosismo – Quiedo que lo sepáis.
-¡Vete ahora mismo a tu habitación! – ordenó el padre con un gesto autoritario – Como te vuelva a oír esa tontería, te vas a acordar.
-Santiago, no le grites así al niño. – intervino la esposa.
-¡No le llames niño! Tiene ya veintiún años. ¿Cómo va a salir con una chica de puerto, además, igual que él? ¿Eh? Dímelo.
-Yo no digo nada. – terminó la madre.
Para ese momento, Kike había regresado ya corriendo a su habitación y había cerrado la puerta con rabia.
CINCO:
-Merceditas, ven aquí y siéntate. – dijo doña Mercedes.
La joven discapacitada, que ya había comenzado a prepararse, no quiso obedecer inicialmente. Alegaba que no era momento de hablar ni podían perder el tiempo. Su madre tuvo que insistir. Merceditas obedeció a regañadientes.
-A ved. ¿Qué quiedes ahoda?
-Vamos a hablar muy en serio. ¿Estás absolutamente segura de que estás enamorada de Kike y quieres salir con él?
-Sabes que sí. Te lo he dicho muchas veces.
-¿Estás completamente segura? – insistió la madre – Vamos a dar un paso muy importante diciéndoselo a sus padres. Después, no hay marcha atrás.
-Completa, completa, completa. Quiedo salid con Kike ya. Soy chica nodmal. Me voy a casad con él.
-¡Sabes que nosotras somos del puerto y él es de la ciudad!
-¡Eso es bobada, amá! Somos chicos nodmales.
SEIS:
Antes de llamar al timbre, doña Mercedes dio los últimos retoques al vestido que se había puesto su hija para causar buena impresión a los padres de Kike. Tuvieron que llamar dos veces. Merceditas se impacientó. Apareció en la puerta la madre de Kike.
-Buenas noches.
-Hola. Buenas noches.- contestó doña Mercedes con amabilidad- Esta es mi hija Merceditas.
-Venimos a ved a Kike. –dijo la joven agarrándose a su madre como si estuviera asustada.
-¡Santiago! – gritó la madre de Kike.
Apareció el padre, ya mayor. Tampoco se había preparado para recibirlas. Se manifestó con la misma frialdad, o incluso más, que su esposa.
-¡Buenas noches! Soy Santiago Grijalba, el padre de Enrique.
-No sé si su hijo les ha dicho que íbamos a venir. Nos ha invitado a cenar para…
-Lo que quieren hacer estos … estos ‘chicos’ es una locura. No se les puede tomar en…
-¡Amá, quiedo ved a Kike!
-¡Enrique está ya en su habitación! – exclamó, con gran sequedad, el padre.
-¿Ni siquiera podemos pasar para hablarlo? –solicitó doña Mercedes, mientras tomaba del brazo a su hija que estaba cada vez más asustada.
-¡No hay nada que hablar! Es absurdo. Uds. son del puerto y nosotros somos de la ciudad. ¿No comprende Vd. que es imposible en esta sociedad y con esta violencia?
-¡Quiedo a Kike! – repitió Merceditas entre sollozos.
-Lo que tenemos que hacer es eliminar la división y la violencia para que ellos puedan vivir juntos y ser felices. – propuso con firmeza doña Mercedes.
-Es imposible. – insistió el padre – Las cosas son como son.
-¡Vámonos, Merceditas!
SIETE:
Kike salió corriendo de su habitación. Se asomó al salón, donde sus padres estaban, de nuevo, viendo el mismo programa de televisión.
-¡Me cago yo en el puedto y la ciudad! – gritó a la vez que escapaba otra vez.
OCHO:
-¿Pod qué no me quieden? – dijo Merceditas llorando desesperadamente – ¿Pod qué los pades Kike no me quieden a mí?
-A ti, sí que te quieren. Lo que pasa es…
-¡Mientes! – gritó la joven. – No me quieden a mí. Me dechazan. ¿Qué he hecho yo? Soy chica nodmal. He tabajado. Mucho. Mucho. Mucho. ¿Pod qué no me quieden?
-Merceditas, yo te prometo firmemente que cambiaré toda esta mierda de la división y la violencia para que tú seas feliz. ¡Te lo prometo! ¡Lograré la paz para ti!
-Pometiste eso oto día. – dijo Merceditas, mientras comenzaba a correr – No confío más en nadie. ¡Adiós!
-¡Merceditas! – gritó la madre desesperadamente – ¿Adonde vas? Ven aquí. No vayas al acantilado. ¡Ven! No te….